martes, 14 de octubre de 2008

ENTRE CERROS



Ayer me levanté tempranito, un rato después de que salga el sol. La mañana estaba linda, y como no tenía tareas, le dije a mamá si podía salir a jugar con las chicas. Ella me dijo que sí, pero que estuviera temprano para almorzar, porque volvía papá de trabajar en el campo y querían que comiéramos todos juntos. También me dijo que si lo veía a mi hermano por ahí le avisara lo mismo.Así que salí y corrí tres cuadras hasta la casa de las mellizas. Ellas ya estaban en la puerta esperándome. Nos abrazamos y charlamos un rato, de los papás, de los juegos, y de los chicos, claro, que si estaba de novia con el de la vuelta, que si ellas se iban el fin de semana al campo con los hijos del carpintero, que si esto, que lo otro, y todo eso.Estábamos a la sombra de su casa, pero después de un rato el calor empezó a molestar, y ya estábamos transpirando, así que dijimos de ir al río y pegarnos un chapuzón hasta la hora de comer. El río no quedaba muy lejos, menos de treinta cuadras, pero igual tardamos un rato porque el sol nos pegaba en la cabeza y teníamos miedo de marearnos. Así que caminamos lentito, y seguíamos charlando mucho, porque yo hacía unos días que no las veía a las mellizas y me tenían que contar un montón de cosas, y yo también les tenía que contar a ellas una novedad, porque en esos días que no nos habíamos visto yo salí muchas veces con Juan, que no es que estuviéramos de novios, pero nos gustaba salir y la pasábamos bien, pero la última de esas veces, y esto es lo que no le había contado a nadie, estábamos sentados en un banquito de piedra y yo le estaba diciendo que no me gustaba usar las trenzas largas porque los chicos me tiraban del pelo y me molestaban todo el tiempo, y cuando lo miré me di cuenta que me estaba mirando fijo, pero en realidad no me estaba mirando a mí porque me estaba mirando la boca, fijo, y yo no entendí muy bien y pensaba que por ahí se estaba sintiendo mal porque como que no se podía quedar muy derecho y se inclinaba para adelante y estaba muy pálido, y le iba a preguntar si se sentía mal pero de repente se tiró para adelante y me besó fuerte. Y yo quise enojarme o algo y pensé que lo iba a empujar y salir corriendo pero tampoco sé muy bien qué pasó porque al final lo terminé besando más fuerte todavía, y así estuvimos un rato bastante largo, hasta que cuando terminamos Juan estaba medio colorado y yo muy apurada, que me fui diciéndole que otro día lo pasaba a buscar, y llegué a mi casa riéndome de puro contenta. Y esto es lo que les estaba por contar a las mellizas, nada más que primero estaba juntando valor, y justo cuando abrí la boca para empezar apareció mi hermano por la esquina, con su barrita de amigos.En cuanto nos vio se vino corriendo, muy riéndose y haciéndose el canchero, con los amigos atrás. Yo sabía que a él le gustaba una de las mellizas, aunque no muy bien cuál, porque él no me contaba y como las mellizas andan siempre juntas, yo no sabía a cuál era que andaba siguiendo todo el tiempo. Así que vinieron y nos estuvieron haciendo chistes, y corriendo alrededor nuestro, y menos mal que yo no llevaba las trenzas porque los bobos de los amigos ya me las estaban buscando para molestarme. Ahí me acordé de lo que me había dicho mamá, y le avisé a mi hermano que se fuera temprano para casa así almorzábamos todos juntos. Entonces mi hermano los apuró a los otros y nos dejaron en paz, porque se querían ir a buscar no sé qué bicho que habían visto cerca de la casa de uno. Así que nos quedamos caminando solas, pero a esa altura yo ya me había olvidado que les iba a contar lo de Juan, así que me quedé callada. Y en un momento se acabaron las casas y empezó el parque, lleno de pastos y árboles y arbustos, que seguía un rato más antes de llegar al río. A veces nos quedábamos ahí, abajo de algún árbol charlando y buscando pajaritos, pero como hacía mucho calor esta vez fuimos derecho para el río, porque ya estábamos todas transpiradas y nos queríamos bañar.Llegamos corriendo y nos tiramos las tres al agua al mismo tiempo, agarrándonos de las rodillas para hacernos bola y salpicar más. El agua estaba buenísima, y el calor y la transpiración se nos fueron en seguida. Pero igual nos quedamos un buen rato, jugando, salpicándonos, o viendo quién aguantaba más la respiración abajo del agua. Cuando nos dimos cuenta que ya teníamos todos los dedos de las manos y los pies como pasas de uva, y nos empezaba a entrar un fresco, salimos. Volvimos hasta el parque, y ahí sí nos quedamos un rato, pero no abajo de un árbol, porque queríamos tomar sol para secarnos. Mientras seguimos charlando, y las mellizas empezaron a hablar de nuevo de los hijos del carpintero, cómo las pasaban a buscar para ir pasear y siempre les traían algún regalo, y entonces me acordé que yo les iba a contar lo de Juan, así que mientras ellas me seguían hablando yo empecé de nuevo a juntar valor, porque aunque estaba muy contenta al mismo tiempo tenía mucha vergüenza de decir lo que había pasado, no sé por qué, pero igual se los quería contar porque las cosas lindas se vuelven más lindas cuando se las contás a tus amigas. Al final me terminaron contando que tenían pensado darles ellas una sorpresa, cuando fueran a pasar esos días al campo, pero no me quisieron decir cuál iba a ser la sorpresa, que me iban a contar después, a la vuelta. Nos quedamos calladas, y cuando abrí la boca para contar lo de Juan, se sintió lejos, pero muy fuerte, una explosión. Las tres nos miramos, asustadas, y nos dimos cuenta que no lo habíamos imaginado, y en seguida sonó una explosión más, igual de fuerte, y otra, pero esta mucho más cerca, y entonces ya nos habíamos parado y estábamos asustadísimas. Las tres sabíamos lo mismo, pero a mí me daba miedo pensarlo. Hacía muchos meses que había aparecido el ejército invasor, y aunque las peleas fueron pocas y nuestro ejército resistía, fueron muy duras y terribles. Pasaba un tiempo entre pelea y pelea, y hacía mucho que no volvían y estábamos más tranquilos, pero ahora era la primera vez que llegaban los ruidos tan cerca, casi como si hubieran llegado a las casas.Pegamos un salto cuando escuchamos un alboroto atrás nuestro, del bosquecito que había del otro lado del río, y ahí nomás salimos corriendo para las casas. Corrimos hasta llegar a los árboles donde empezaba el parque, y vimos que venían soldados, de ellos, espantosos, con esos uniformes de metal y esas armas raras y terribles que tantos desastres habían hecho. Nos separamos. Yo corrí hasta un arbusto grande y me metí adentro. Desde ahí miraba. Los soldados buscaban, con cara de perro; habían escuchado algo. Caminaron, uno pasó muy cerca de donde yo estaba, y tuve miedo de llorar o hacer algún ruido y que me viera. Pero no me vio. Siguieron caminando para el río, y yo estaba a punto de salir corriendo para el otro lado, pero de repente escuché un grito fuertísimo y cuando volví a mirar... ¡vi que los soldados habían encontrado a las gemelas! Se habían escondido juntas en un arbusto muy chico, y cuando pasaron las descubrieron en seguida. Los soldados se empezaron a reír a carcajadas y a hablar a los gritos en su idioma raro, mientras una de las gemelas gritaba y trataba de morderlos. No entendí nada, pero no estaban diciendo cosas lindas. Tuve mucho miedo por mis amigas, y ya estaba llorando cuando se escuchó ese ruido horrible, y la que gritaba y mordía se cayó como una piedra sobre el pasto. Cuando a la otra le pegaron en la cabeza y le empezaron a arrancar la ropa, me fui corriendo.Lloraba por mis amigas, y porque tenía miedo, y porque no sabía para dónde ir. Cuando llegué a las primeras casas, ya se escuchaban los gritos por todos lados, y veía unas nubes de humo enormes subiendo más adelante. Corrí más fuerte, y tenía ganas de gritar y mucha bronca. Por atrás de una casa salieron unos soldados de ellos y me vieron. Gritaron algo, uno me corrió y llegó a agarrarme del pelo. Me tiró muy fuerte, me dolió muchísimo. Caí al suelo y el soldado se tiró encima mío, y entonces le mordí la nariz hasta hacerlo sangrar y le pegué una patada ahí donde más le duele. Me arrastré hasta salir de abajo suyo y me fui para adentro de la casa. Los otros soldados me seguían. Pude salir por el costado y meterme por otras casas hasta que los perdí. Entonces llegué a una habitación donde había dos personas en el suelo, un hombre y una mujer. Cuando me acerqué me di cuenta que estaban acostados arriba de un charco de sangre. Abrí la boca para gritar y una mano por atrás me la tapó. Empecé a dar golpes con los codos y a llorar, pero entonces escuché la voz de mi hermano que me decía que no grite, que nos iban a escuchar los soldados afuera. Me di vuelta, lo miré, él estaba todo sucio, tenía un ojo hinchado y sangre en la cara, y lo abracé llorando.Salimos arrastrándonos por el suelo, sin hacer ruido. Me di cuenta de que mi hermano estaba muy lastimado porque se arrastraba con una pata en el aire y poniendo unas muecas horribles. Llegamos a escondernos atrás de un árbol grande justo cuando un grupo de soldados pasaba por la calle, arrastrando a don Gregorio, abuelo de Lucas y Martín, que había sido artesano hasta que sus manos se pusieron muy viejas. Ahora tenía las manos atadas a las espalda por una soga de la que tiraban, y los brazos doblados por atrás y por arriba de la cabeza y los hombros como salidos de lugar, y aullaba más fuerte que lo que yo nunca había escuchado. Mi hermano estaba furioso y por un momento tuve mucho miedo de que saliera de atrás del árbol y se fuera a pelear con esos soldados cerdos. Pero se quedó, y cuando ya no estaban más, nos levantamos y nos fuimos rápido para casa.No nos cruzamos a nadie más. Los gritos se seguían escuchando, y las explosiones, y el humo, pero por ahí no quedaba nadie. Llegamos a la puerta de nuestra casa y escuchamos voces adentro. Mi hermano entró corriendo y yo atrás.Ahí estaban, los soldados, los soldados cerdos. Mi papá estaba en el suelo, a un costado, con dos agüjeros enormes y rojos en el pecho y uno en un ojo que no estaba más. Mi mamá estaba en otro rincón, desnuda, boca abajo, con sangre en la espalda y en la cara. Había tres soldados encima de ella. Me quedé paralizada. Mi hermano gritó hasta quedarse ronco y corrió como pudo, con una pierna que se le doblaba para afuera, hasta donde estaban los soldados con mamá. Dos de ellos se levantaron, uno le pegó un golpe fuertísimo con la punta del arma y lo tiró al suelo. El otro salió. Volvió con una piedra enorme. La levantó por arriba de la cabeza, y la dejó caer sobre las rodillas de mi hermano. La volvió a levantar, y la tiró sobre su espalda. Después volvieron adonde estaba mamá con el otro soldado. Mi hermano tenía los ojos muy abiertos, miraba, y ya no gritaba. Cuando mamá dejó de gritar, se levantaron. El soldado de la piedra la volvió a levantar sobre mi hermano, y le aplastó la cabeza.Después me vieron y empezaron a caminar para donde yo estaba...
Hoy nos levantaron cuando salió el sol. Hicimos una fila larga con todos los sobrevivientes, y empezamos a caminar. Nos dijeron que vamos a estar un buen rato caminando, que mejor juntemos fuerzas.

ESTAMPA DE LA EVANGELIZACIÓN DE LOS INDIOS KILMES LLEVADA A CABO POR LOS ESPAÑOLES, RELATADA POR LA PEQUEÑA ANA, DE DIEZ AÑOS, AL CURA PROTECTOR QUE LOS RECIBIÓ EN LA REDUCCIÓN DE LA SANTA CRUZ DE LOS INDIOS KILMES.

Este relato es una ficción. No fue una ficción la masacre llevada a cabo por los españoles sobre los pueblos originarios de América en general, y sobre los Quilmes en particular. Ni fue ficción su heróica resistencia, ni el exilio compulsivo de los sobrevivientes a la Reducción de la Santa Cruz de los Indios Kilmes (eufemismo con el que se nombraban los campos de concentración), lugar al que llegaron luego de una marcha forzada de 1200 kilómetros, desde Tucumán hasta la actual ciudad de Quilmes, adonde se los sometió a un lento extermenio a base de represión y miseria.


Juan Baio


AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH

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